EL EJE-FRANCO ALEMáN SE TAMBALEA ANTE UNA POSIBLE VICTORIA DE LE PEN

Los comicios europeos abrieron un frente político en Francia. Las elecciones legislativas galas convocadas a raíz del resultado de las urnas del 9 de junio abren la puerta a que la formación de extrema derecha Reagrupación Nacional, capitaneada por Marine Le Pen, acceda al Ejecutivo galo. Una coyuntura que genera incertidumbre en la UE y deja al motor de decisiones del bloque, el eje franco-alemán, en terreno desconocido. Pero el daño puede ir más allá y la UE mira con vértigo las posibles repercusiones del resultado electoral en el apoyo a Ucrania o el presupuesto comunitario.

El propio canciller alemán, Olaf Scholz, no dudaba en posicionarse ante los comicios galos. "Estoy preocupado por las elecciones en Francia", afirmaba sin rodeos, "espero que los partidos que no son de Le Pen tengan éxito en estas elecciones". Una declaración de intenciones respecto a su desavenencia con Reagrupación Nacional. De hecho, ya en las elecciones europeas el canciller advertía a Von der Leyen que no estaría a favor de pactos con la extrema derecha. Si la relación entre el canciller y el presidente de la República no es íntima, sí ha sido fructífera en el impulso de importantes medidas a nivel europeo.

El eje franco-alemán, que acostumbra a dar forma a los consensos en las reuniones comunitarias, se vería debilitado con un buen resultado de la extrema derecha en Francia. Sus repercusiones van más allá de las gestiones internas del bloque. El que es uno de los países con más fuerza, liderazgo y capacidad de decisión de Europa vería mermado su peso en la escena internacional, como en las cumbres del G7. Y no hay que olvidar el golpe a su capacidad de influencia sobre las tensiones frente al proteccionismo de China así como otro de los frentes más complejos: una posible vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca que podría empeorar las relaciones con el principal aliado de Europa.

Es cierto que el resultado de las urnas podría colocar al candidato de Reagrupación Nacional, Jordan Bardella, como primer ministro de Francia, pero Emmanuel Macron continuaría como presidente de la República y, por tanto, como representante de Francia en las reuniones de los líderes europeos. Esta difícil convivencia deja un escenario incierto tanto en lo que respecta a la repartición de primeros ministros como a la fuerza que Macron tendría para defender ciertas posturas en el entramado comunitario.

Si hay una cuestión en la que se abre un cisma evidente es en relación al apoyo a Ucrania. La avenencia, hasta la invasión militar, ha mostrado Le Pen hacia el Kremlin podría cuestionar todo ese apoyo incondicional que la UE ha ofrecido a Kiev. De hecho, durante la campaña, Macron apostillaba a Le Pen su estrecha relación con Putin. "Cuando hablas con Rusia, no hablas con ningún dirigente extranjero, hablas con tu banquero", decía.

Una victoria de la ultraderecha francesa comprometería la viabilidad de la ayuda a Kiev. Preguntado por esta cuestión, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, manifestó, esta semana en Bruselas, su esperanza de que los líderes basen sus decisiones en el apoyo de la sociedad. "Espero que la mayoría de países estén del lado correcto de la historia, que es nuestro lado", afirmó. Aunque es cierto que durante la campaña Le Pen también expresó su solidaridad hacia Kiev y afirmó que la agresión militar rusa "no es aceptable", son poco discutibles sus avenencias con el Kremlin.

Con la vista puesta en el diseño de un nuevo marco presupuestario de 2027 a 2034 durante el ciclo legislativo que empieza en el club, la postura de Francia puede ser determinante en tal repartición. La formación de extrema derecha ha afirmado en más de una ocasión su intención de reducir la contribución que realiza a las arcas comunitarias. Sobre la mesa, incluso sobrevuela la idea de recurrir a la fórmula que se aplicaba a Reino Unido que redujo la aportación de Londres al presupuesto europeo. Todo ello considerando que París es uno de los principales contribuyentes por detrás de Alemania.

Le abre, en cierta forma, el camino a la normalización de la extrema derecha francesa la propia primera ministra italiana, Giorgia Meloni. Su llegada al Ejecutivo en Roma se leía con mucho escepticismo y como una amenaza para la UE. Aunque posteriormente, su discurso euroescéptico se ha ido rebajando y la figura de la líder italiana se recibe con respeto entre los Veintisiete. Hasta el punto de haber tensado las negociaciones de los altos cargos comunitarios esta semana en Bruselas.

Si la postura del Ejecutivo galo ha sido proteccionista con respecto a los intereses del sector agrícola, el partido de Le Pen ha ido un paso más allá. En los últimos meses ha acusado al Ejecutivo de Macron de no corresponder a los intereses del campo francés, permitiendo la entrada de productos del extranjero que se producen con estándares medioambientales más bajos que los que se exigen a los agricultores europeos.

En el plano económico, se perciben con cierta inquietud las posturas económicas defendidas por la extrema derecha francesa. Pondría en entredicho esa creación de un fondo de defensa conjunto a nivel europeo y, no menos importante, generaría inquietud en los mercados ante la idea de una posible nueva emisión de deuda conjunta a nivel comunitario, a modo Plan de Recuperación, que se baraja para financiar las inversiones verde y digital requeridas hasta 2030. Una inversión anual de 620.000 millones de euros en los próximos cinco años, según estimaba el comisario de Economía, Paolo Gentiloni, y que requeriría el apoyo del eje franco-alemán no solo en la toma de decisiones comunitarias sino como garantía para los mercados.

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